¡Buenos días!
Como sabéis hoy, como cada 8 de marzo, se celebra el Día de la Mujer. Por ello, he decidido recomendar dos cuentos muy conocidos pero que son mis preferidos para este día:
Había una vez una manada de elefantes donde las hembras tenían la piel de color rosa caramelo y los ojos grandes y brillantes. Esto se debía a que los primeros días de vida solo se alimentaban de peonías y anémonas. Por ello, debían permanecer encerradas en un recinto donde crecían estas flores.
Para favorecer que apareciese el color rosa en sus pieles, vestían a las pequeñas elefantas con cuellos rosas, zapatos rosas y un lazo rosa en su rabo.
Margarita es una de las pequeñas elefantas de ese recinto. Se alimenta como ellas, pero a pesar de todo, era la única que no se volvía rosa. Esto hace que su madre se disguste y su padre hasta se enfade. Cansada de intentarlo todo y no conseguirlo, decide quitarse todo y abandonar el recinto para ser libre y feliz.
Arturo y Clementina son dos tortugas que se conocen en un lago y deciden casarse esa misma tarde. Ella, tras casarse, no para de pensar en planes para hacer los dos juntos y ser felices.
Los días pasan y Arturo quiere hacer cosas él solo. Clementina se aburre al estar siempre en casa sola, a lo que Arturo le responde que se busque una ocupación.
Cada vez que ella le dice que se aburre o que desearía tener algo, como una flauta y aprender a tocarla, él la llama tonta, la dice que no sería capaz de conseguirlo… Arturo le hace regalos, pero no son los que ella quiere en realidad. Además, debe “cargar” con ellos encima de su caparazón, y cada vez la cuesta más.
Clementina se creía todo lo que Arturo le decía: que era tonta, que pensaba cosas absurdas, que no era capaz de conseguir nada… así que, para que éste no se cansara de ella, decidió hablar lo menos posible. Aun así, él se quejaba de ella igualmente. Hasta llegó a reprocharle que sin él, que traía comida a casa, ella no valdría para nada.
Un día, cansada de soportar lo que estaba viviendo, Clementina decide salir de casa a pasear. Esto le gustó tanto que, sin que Arturo se enterase, ella daba un breve paseo cada día. Desde entonces, Clementina era muy feliz, y cada vez le importaban menos los comentarios que pudiera hacer de ella. Hasta que un día, salió de paseo y no volvió a casa. Decidió irse donde fuera feliz y nadie se riera de ella.